sábado, septiembre 09, 2006
The real thing
Artista: Motörhead
Álbum: Kiss Of Death
Calificación: Cuatro sillas
Todo metalero/hardrockero ama a Lemmy. Eso es una verdad establecida, casi diría que un dogma. Y en realidad, si lo pensamos un poco…¡deberíamos odiarlo! El tipo es con seguridad una de las personas más desagradables a la vista que existen en el mundo musical, y sin embargo, consigue más minas que cualquier galancito de Hollywood. Ha tomado todas las botellas de dudoso líquido que se le han puesto delante, se ha inyectado, esnifado y tragado todas las sustancias imaginables y, así y todo, ya ha pasado los 60 y sigue manejando por el carril de alta velocidad de la vida. A una edad (19 años) en la que nosotros asomábamos tímidamente la nariz a una gris vida laboral y/o universitaria, cual cachorros asustados, él era ¡¡plomo de Hendrix!! Y, sin embargo, en vez de dedicarle una verde y purulenta envidia, caemos de rodillas ante el tipo, llenos de religiosa adoración. ¿Saben por qué? Porque nos damos cuenta de que él está por encima de nosotros, simples mortales. De que es el equivalente moderno, reventado y rockero de aquellos antiguos héroes griegos, y de que ninguno de nosotros, por más que lo intente toda la vida, podrá llegarle aunque sea a la uña del dedo chiquito del pie. Lemmy no es uno de los representantes más acabados de lo que significa el rock, Lemmy ES el rock. Y cualquier otra persona que pretenda alcanzar semejante status de estampita se merece simplemente ser destruido por un divino rayo lanzado desde su bajo Rickenbacker.
Y, para agregar otro salmo a nuestro sagrado libro, llega el nuevo álbum de Motörhead, Kiss Of Death. Siendo liderada por un semidiós, la banda hace rato que se dio cuenta de que puede darse el lujo de no arriesgar ni una pizca y, aun así, pasarle el trapo con amplia (y créanme…muy amplia) comodidad a varios grupos más jóvenes. Para ponerlo clarito y directo: ¿Buscan algo nuevo? I'm sorry, pero no lo van a encontrar ¿Buscan algo poderoso, excitante, crudo y ultra enérgico? Entonces…bienvenidos al auténtico desmadre, la puerta está más que abierta. Pasen tranquilos, límpiense los pies en el felpudo, pero estén atentos a la piña porque Sucker, la canción que abre el álbum, les va a bajar unos cuantos dientes (marche un excelente felicitado para el batero Mikkey Dee).
Si la mandíbula les quedó un tanto descoyuntada, no se preocupen. El costado partuzero de Motörhead también está ampliamente representado en Kiss Of Death, y les va a hacer olvidar un poco el dolor a fuerza de rock duro de alta concentración etílica. Primero, Lemmy vendrá a contarles sus historias de una noche en One Night Stand (mientras Phil Campbell suena como una cruza entre Angus Young y Zakk Wylde); y luego, una dulce “amiguita” del viejo Kilmister les curará todos los huesos rotos en Christine.
Y para que vean que no todo es fiesta-fiesta en la vida del viejo, justo en la mitad del álbum aparece God Was Never On Your Side, una tremenda balada épica con intro acústica, en la que Lemmy parece repentinamente transformado en Johnny Cash. La canción sonaría bárbara como fondo de una escena de batalla en una peli de guerra, mientras los soldados caen, lloran y sufren al ritmo de los riffs bombásticos y la sutil pero grandiosa orquestación. La letra no se queda atrás, ofreciendo una desencantada y más que lúcida visión sobre la inexistencia de Dios (y el viejo de esto sabe, basta recordar Orgasmatron, una de las líricas más inteligentes que ha dado el rock sobre los sistemas religiosos). Y, aunque me niego a creer que Lemmy tenga lo que nosotros, gente común, llamamos un “mal día”, el contraste que ofrece la canción con el resto del disco no hace más que afirmar la sensación de que, como diría Mike Patton, Lemmy y Motörhead son “the real thing”. Y, entre tanto plástico barato que anda dando vueltas por ahí, está bárbaro recordar como suena la autenticidad de vez en cuando.
viernes, septiembre 01, 2006
Cállense y hagan headbanging
Artista: Slayer
Álbum: Christ Illusion
Calificación: Cuatro sillas y media
Ya sé que la mayoría de las bandas “se deben a su público”, pero…¡qué criaturitas insoportables somos los fans! Si un grupo se mantiene fiel a su sonido durante mucho tiempo, muchos dirán “ahhh noooo, a mi ya no me gustan porque aburren y no se arriesgan nunca”. Y si una banda hace un cambio estilístico, llueven los gritos de “¡¡¡¡vendidos!!!”. Dicho esto, nunca entendí por qué, luego del lanzamiento de Diabolus In Musica y God Hates Us All, cierto porcentaje de los fans de Slayer salieron a declarar con total convicción que el grupo se había vuelto “nü metal”. Es obvio que ninguno de los dos discos repitió el infierno thrash de Reign In Blood, pero si mal no recuerdo, Tom Araya no se entregó a las rimas raperas, las letras de Kerry King no mostraban el menor signo de angustia existencial, y ni él ni Jeff Hanneman decidieron pasarse a las violas de siete cuerdas. ¿Qué mente retorcida puede relacionar a Slayer con Limp Bizkit? ¿Estoy TAN equivocada cuando pienso que Slayer es una de las pocas bandas que ha sabido dominar el difícil arte de darle pequeñas vueltas de tuerca a su estilo manteniéndose lo más cerca posible a la propuesta originaria?
Pero lo que sí faltaba en aquellos dos álbumes, a mi juicio, era un poco más de instinto asesino. Si bien el grupo seguía pesado hasta la médula (aunque de una manera menos thrash metal), parecía más una banda organizada de atildados homicidas a sueldo que una feroz pandilla de sanguinarios serial killers. Muchos se aventuraron a decir que todo se debía a la ausencia de su baterista original, el monstruo mítico del doble pedal, Dave Lombardo. Pero, ante estos comentarios, yo siempre chasqueaba la lengua, tiraba los ojitos para atrás y decía “naaaaahhhh, no hay forma que la falta de un simple y humilde músico pueda hacer tanta diferencia”.
Cual sería mi sorpresa cuando escuché por primera vez lo nuevo de Slayer, Christ Illusion. De repente, mi lengua volvió a reposar calma en el piso de la boca, mientras mis pupilas volvían a su posición normal. ¡Que lo parió! ¡Era verdad! El retorno de Lombardo había producido en la banda el mismo efecto que una gota de sangre cayendo enfrente de una manada de tiburones. Había convertido a un grupo de cansados animalejos carnívoros en una horda de bestias ávidas de carne.
Pero ojo, tampoco da como para poner todo el peso del éxito sobre los cubanos hombros del batero. Hace mucho (creo que desde Divine Intervention) que no apreciaba tanto equilibrio compositivo en un álbum de Slayer. El costado denso y retorcido brilla en Eyes Of The Insane y Black Serenade, mientras que la insanía hardcore-thrash más directa explota en Flesh Storm y Consfearacy. Pero creo que lo mejor del disco se encuentra justamente cuando ambos extremos se juntan, y Slayer demuestra su maestría en la tarea de apilar cambios de marcha. En este sentido, toda la banda se luce en Supremist: King y Hanneman dan cátedra de riff, Araya aúlla como un poseso y Lombardo hace sospechar de su condición de ser humano. Y Jihad es otra deliciosa porción de variedad rítmica, con un tempo quebrado que estalla en el paso marcial del estribillo y una letra tan abiertamente provocativa (habla de los ataques terroristas del 11/9 desde el punto de vista musulmán) que da gusto pensar como los fundamentalistas yanquis se retuercen al escucharla. De todos modos, la persona que a esta altura sea lo suficientemente idiota como para tomarse literalmente la lírica de Slayer se merece más que un disgusto. No es difícil adivinar que detrás de los “666”, “viva Satán” y “la religión es violación” salpicados en las letras de Christ Illusion se esconde una abierta condena a los cultos masivos como responsables subconscientes (y no tanto) de los conflictos bélicos mundiales. Como pueden ver, la cuestión viene brutal, vertiginosa y hasta madura ¿Qué más quieren, fans gataflorescos? Si alguien se atreve a mencionar la palabra “nü metal” después de escuchar este álbum, espero que la venganza divina les traiga una calvicie tan fulminante como la del mismísimo Kerry King.
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