El reloj apenas pasaba de la una de la mañana. La sensación térmica subía cada vez más dentro de Captain Blue, la cerveza corría al por mayor y las remeras iban desapareciendo para ponerle el pecho a la temperatura. De repente, un caudal de sonidos distorsionados comenzó a hacer zumbar el aire, y la inminencia del estallido casi podía palparse. Y apenas las primeras notas escaparon del los instrumentos de los cuatro ingleses que dominaban el escenario, el apocalipsis estalló.
Y casi no es exagerada la metáfora. El local del Abasto pocas veces debe haber visto pogos tan violentos y un ambiente tan increíblemente caldeado como el de la noche del martes. La humedad abrillantaba las paredes, respirar se hacía pesado y varios se ganaban una visita al suelo a puro empujón, solo para encontrar una mano amiga, levantarse, y seguir el desenfreno.
Es increíble constatar como todo en Napalm Death está diseñado para el choque en todos los sentidos. Nunca se ha visto tal desprecio por la melodía en un escenario cordobés, y es que el sonido de la banda de Birmingham apela al golpe constante, sin respiro, sin remansos, pero tocado con precisión increíble (y el que se lleva las palmas por mera función es el baterista Danny Herrera, estático como una escultura detrás de su kit y preciso como su mismísima puntualidad inglesa).
Canciones de todas las épocas aparecieron en el show, desde viejas joyas como Scum (precedida por el vocalista “Barney” Greenway anunciando que la banda ya tenía 26 años de existencia, y por el público cantando el feliz cumpleaños), hasta canciones de la etapa noventas (quizás la más experimental de Napalm Death) como Greed killing, y también varias del último álbum, Smear campaign (incluyendo una de las mejores interpretaciones de la noche, la de Sink fast, let go).
Y cada uno de los miembros de la banda tiene algún elemento que aportar al bizarro atractivo escénico. El bajista Shane Embury y su físico gigantesco coronado por una mata de rulos canosos, el guitarrista Mitch Harris, que acompaña en segunda voz con un chirrido agudo y genialmente espeluznante, y el frontman, “Barney” Greenway, dirigiéndose al público mitad en castellano y mitad en inglés y agitándose como un poseso acompañando la gutural ejecución de sus canciones, y demostrando que, tras años de abuso, su garganta aún esta intacta.
Los minutos finales vinieron de la mano del cover de la legendaria Nazi punks fuck off, original de Dead Kennedys, presentada por “Barney” como “una canción contra el fascismo”. Ya antes había aleccionado al público acerca de la inutilidad de los sistemas religiosos, diciendo que “son un montón de malditos mitos”. Diatriba política para agregarle el único ingrediente faltante
a un cóctel molotov de intensidad máxima y de onda expansiva devastadora.
(Publicado hoy en La Voz del Interior)